Hoy decidí renunciar, renuncio a lo que la gente llama "las mieles del amor". Ya he caminado un largo trecho y no puedo más. De manera que en este momento me encuentro sentada sobre una roca, a la sombra de un árbol.
Mientras fumo un cigarrillo, observo a los demás caminantes. Muchas parejas pasan frente a mí, se dirigen cuesta arriba. Porque arriba, en la cima, hay un letrero de dudosa procedencia (según dicen) con una inscripción que dice "Felicidad". En fin, la gente que pasa es bastante peculiar. Todas las parejas me provocan curiosidad. Hay parejas disparejas, gordos y flacos, rubios con morenos, homosexuales, gente pobre y rica, gente que viene de todas partes.
Y no es tanto el tipo de personas lo que llama mi atención, sino la manera en que tratan de subir la escarpada montaña. Ví pasar a muchísimas parejas tomadas de la mano, otras iban corriendo, muchas cayeron y se lastimaron. Una mujer es llevada en brazos por su esposo. Otra, se empeña en jalar a su novio, quien al parecer, está rendido de andar. Otros han decidido cambiar de compañero de viaje, porque surgieron riñas y diferencias irreconciliables con sus compañeros anteriores. ¡Qué variedad! ¡Qué espectáculo! ¡Y qué personajes!
¿Y yo? Yo me levanto, sostengo el cigarrillo con mis labios, sacudo el polvo de mis pantalones de mezclilla y voy cuesta abajo, decidida a nunca regresar.
Mientras camino de regreso, siento que mi cabeza es una licuadora. Mi espalda está a punto de quebrarse, y tengo marcas en la piel de algunos accidentes que me sucedieron. Busco desesperadamente una idea ingeniosa, algo rápido y fácil que me permita deshacerme de mi pesado equipaje. Llevo pesadas maletas conmigo, son tan pesadas como si estuvieran cargadas de piedras. Mi equipaje son recuerdos.
Mi mente se vuelve una pasarela genuina. Desfilan por ahí todos mis ex-compañeros con los que alguna vez compartí el viaje. Algunos estuvieron junto a mí durante mucho tiempo, otros no tanto. Unos fueron más importantes que otros.
Seguramente soy una de esas personas a las que les queda el saco de ser "un museo con patas". Me cuesta tanto trabajo tirar mi equipaje... Veo un lago cercano, pero por alguna estúpida y patética razón me niego a aventar mis maletas allí. ¡Ya sé! Haré un fogata y quemaré todo lo que llevo... No. No porque "donde hubo fuego...".
Entonces levanto la vista y veo un cielo maravilloso. Es el cielo más bello que he visto en años. Tiene tonos violáceos, rosas, rojos y naranjas, las nubes forman una red perfecta, y aún se encuentra allí la elegante luna que ví la noche anterior.
Una fuerza impulsa mi alma, y hace que mis piernas sigan caminando. Avanzo. Sonrío. Y... ¡me tropiezo! Termino por carcajearme hasta las lágrimas. He caído al suelo y sigo riéndome. Tirada en el suelo y con los brazos abiertos sigo observando el maravilloso manto celeste que me cubre. Agradezco las oportunidades que tuve para alcanzar la cima de la montaña. No lo conseguí, lo sé. Hice algunos intentos con diferentes compañeros y no pude alcanzar "La Felicidad". Pero no importa.
Recobro el aliento y aún con la sonrisa en mi cara, digo en voz alta: "A chingar a su madre el puto equipaje, es mío y me lo llevo." De todas maneras, soy tan distraída que seguramente iré olvidando algunas cosas durante mi camino. Y si no, el poderosísimo tiempo se encargará de desgastar todo lo que llevo... lo desgastará tanto hasta hacerlo desaparecer.
Confío plenamente en el olvido, y sobre todo en el tiempo... De manera que lo reitero: Yo renuncio. Y con permiso, que todavía tengo mucho camino por andar.
Mientras fumo un cigarrillo, observo a los demás caminantes. Muchas parejas pasan frente a mí, se dirigen cuesta arriba. Porque arriba, en la cima, hay un letrero de dudosa procedencia (según dicen) con una inscripción que dice "Felicidad". En fin, la gente que pasa es bastante peculiar. Todas las parejas me provocan curiosidad. Hay parejas disparejas, gordos y flacos, rubios con morenos, homosexuales, gente pobre y rica, gente que viene de todas partes.
Y no es tanto el tipo de personas lo que llama mi atención, sino la manera en que tratan de subir la escarpada montaña. Ví pasar a muchísimas parejas tomadas de la mano, otras iban corriendo, muchas cayeron y se lastimaron. Una mujer es llevada en brazos por su esposo. Otra, se empeña en jalar a su novio, quien al parecer, está rendido de andar. Otros han decidido cambiar de compañero de viaje, porque surgieron riñas y diferencias irreconciliables con sus compañeros anteriores. ¡Qué variedad! ¡Qué espectáculo! ¡Y qué personajes!
¿Y yo? Yo me levanto, sostengo el cigarrillo con mis labios, sacudo el polvo de mis pantalones de mezclilla y voy cuesta abajo, decidida a nunca regresar.
Mientras camino de regreso, siento que mi cabeza es una licuadora. Mi espalda está a punto de quebrarse, y tengo marcas en la piel de algunos accidentes que me sucedieron. Busco desesperadamente una idea ingeniosa, algo rápido y fácil que me permita deshacerme de mi pesado equipaje. Llevo pesadas maletas conmigo, son tan pesadas como si estuvieran cargadas de piedras. Mi equipaje son recuerdos.
Mi mente se vuelve una pasarela genuina. Desfilan por ahí todos mis ex-compañeros con los que alguna vez compartí el viaje. Algunos estuvieron junto a mí durante mucho tiempo, otros no tanto. Unos fueron más importantes que otros.
Seguramente soy una de esas personas a las que les queda el saco de ser "un museo con patas". Me cuesta tanto trabajo tirar mi equipaje... Veo un lago cercano, pero por alguna estúpida y patética razón me niego a aventar mis maletas allí. ¡Ya sé! Haré un fogata y quemaré todo lo que llevo... No. No porque "donde hubo fuego...".
Entonces levanto la vista y veo un cielo maravilloso. Es el cielo más bello que he visto en años. Tiene tonos violáceos, rosas, rojos y naranjas, las nubes forman una red perfecta, y aún se encuentra allí la elegante luna que ví la noche anterior.
Una fuerza impulsa mi alma, y hace que mis piernas sigan caminando. Avanzo. Sonrío. Y... ¡me tropiezo! Termino por carcajearme hasta las lágrimas. He caído al suelo y sigo riéndome. Tirada en el suelo y con los brazos abiertos sigo observando el maravilloso manto celeste que me cubre. Agradezco las oportunidades que tuve para alcanzar la cima de la montaña. No lo conseguí, lo sé. Hice algunos intentos con diferentes compañeros y no pude alcanzar "La Felicidad". Pero no importa.
Recobro el aliento y aún con la sonrisa en mi cara, digo en voz alta: "A chingar a su madre el puto equipaje, es mío y me lo llevo." De todas maneras, soy tan distraída que seguramente iré olvidando algunas cosas durante mi camino. Y si no, el poderosísimo tiempo se encargará de desgastar todo lo que llevo... lo desgastará tanto hasta hacerlo desaparecer.
Confío plenamente en el olvido, y sobre todo en el tiempo... De manera que lo reitero: Yo renuncio. Y con permiso, que todavía tengo mucho camino por andar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario